En términos de salud mental, desde que comenzó la pandemia en el 2020, hemos visto un aumento considerable a los ya existentes y numerosos cuadros y sintomatologías relacionadas con ansiedad, angustia, miedo, depresiones y suicidios infantiles, así como los índices de violencia intrafamiliar se han disparado, al igual que el nivel de deserción escolar.
También fuimos testigos del colapso y la reinvención de los docentes y las metodologías educativas, con la necesidad de introducir la educación no presencial, aprendiendo nuevos métodos y aprovechando muchos de los recursos que hoy la tecnología nos pone a la mano.
Los padres -a su vez- están, ellos mismos, soportando sus propias vicisitudes emocionales, no siempre contando con las herramientas necesarias para sobrellevarlas de manera exitosa. Muchos hogares uniparentales que no cuentan con los apoyos externos que antes tenían, como sus abuelos u otros cuidadores; otros que deben lidiar con el salir a trabajar y exponerse al contagio para alimentar a sus familias; otros, envueltos en el descontrol con todos los miembros del hogar desregulados, haciendo malabares entre el teletrabajo, la educación por zoom, las tareas y necesidades básicas. Y, así, millones de realidades que nos ponen a prueba, con dureza.
Está claro que los más golpeados y rezagados son nuestros niños. No ir al colegio, uno de los efectos negativos más importantes que trajo la pandemia para ellos, impacta no solo a nivel de aprendizajes, sino y principalmente en su desarrollo socioemocional.
Con todo esto, se hace imprescindible abordar estas temáticas en los diferentes ámbitos, como lo son la escuela y hogares, así como con los diversos agentes significativos para los niños: los docentes, padres y cuidadores.
Aprender todos y convertirnos en expertos en el desarrollo de habilidades socio emocionales.
¿Pero dónde se aprenden estas habilidades? ¿Como se desarrollan? ¿Quiénes cuentan con esos superpoderes? Me gusta nombrarlos así: SUPERPODERES, porque estos nos ayudan a crecer, a superarnos, a no quedarnos estacados, a enfrentar con mayor éxito la adversidad….
Lo mejor de todo, es que todos podemos desarrollarlos, con la adecuada educación socioemocional que se imparta desde los niveles más inferiores, en todas las instituciones educativas, involucrando a docentes, padres, cuidadores y otros profesionales que formen parte de la niñez.
Y digo niñez, no porque estos sean los únicos que necesiten estas herramientas. Al contrario, recordemos que los adultos enseñamos desde el ejemplo de nuestras acciones, más que las palabras dichas. Y, desde ese lugar de modelos, los adultos necesitan también aprender sobre habilidades sociales y emocionales para manejar asertivamente las situaciones difíciles, por ellos mismos y porque así están modulando y mostrando a los niños cómo deben hacerlo ellos.
Para bien o para mal, no se puede enseñar o dar lo que no se sabe, o no se tiene, pero si se puede pedir ayuda, aprender, entrenar, apoyar y confiar en quienes sí saben. Debemos apoyarnos y no olvidarnos de contener y acompañar emocionalmente a nuestros niños, que nos necesitan más que nunca, para desarrollarse con salud física y, sobre todo, mental. Para salir fortalecidos de esta situación y minimizar estos síntomas que, de lo contrario, dejarán huellas en el futuro de todos.
Por todo esto, valoro que Fundación Liderazgo Chile haya presentado un proyecto de ley de Educación Emocional. Ahora, es el Congreso quien debe resolver la entrega de estas herramientas tan importantes, en búsqueda de una sociedad más sana, íntegra y solidaria.
Denise Sznaider
Psicóloga
Fundación Liderazgo Chile