Por Mirelly Álamos y Constanza Méndez, académicas de la carrera de Nutrición y Dietética UC
En el marco del Día Latinoamericano contra la Obesidad y considerando el impacto de la pandemia y sus factores de ansiedad y sedentarismo, es momento que desde la academia reflexionemos acerca de esta enfermedad, igualmente pandémica, que ha alcanzado niveles alarmantes en todos los rangos etarios.
Los profesionales de la salud enfrentan un escenario adverso tras un largo periodo en que muchas consultas médicas se vieron postergadas por el Covid-19, retardando el diagnóstico de uno factor transversal y cada vez más común en nuestra población: la obesidad.
La obesidad es definida tradicionalmente como un exceso de grasa corporal que es perjudicial para la salud. Suele evaluarse en la práctica clínica mediante un indicador que es el índice de masa corporal (IMC), que se expresa como la relación entre el peso corporal en kilogramos dividido por la altura en metros cuadrados (kg / m2). Siendo esta categorizada con un IMC igual o mayor a 30 kg/mt2 en población adulta.
Varios estudios epidemiológicos poblacionales han informado una relación en forma de “J” entre el IMC y el riesgo de mortalidad / morbilidad; un IMC superior a 30 kg / m2 está asociado con un aumento de la morbilidad / mortalidad riesgo. Asimismo, dependiendo del grado, duración y distribución del exceso de tejido adiposo, la obesidad puede causar y / o exacerbar progresivamente una variedad de comorbilidades, incluyendo hipertensión, diabetes mellitus tipo 2, dislipidemia, enfermedades cardiovasculares.
En las últimas décadas, la prevalencia de la obesidad ha aumentado significativamente en todo el mundo. Según datos epidemiológicos recientes de la OMS, la prevalencia de obesidad casi se ha triplicado desde 1975 a la fecha. A este indicador se suma en riesgo aún latente del COVID-19.
La obesidad es una causa bien reconocida de compromiso de la función respiratoria que podría hacer que este grupo de pacientes esté en riesgo de mayor severidad si contraen COVID-19. Los estudios han demostrado que los pacientes obesos son potencialmente más contagiosos que los delgados en el contexto de infecciones virales. Se agrega que: la obesidad aumenta la duración de la diseminación viral; los individuos obesos tienen una respuesta disminuida a las vacunas; y finalmente, son más difíciles de intubar, diagnosticar a través de imágenes y pueden requerir camas e instalaciones de posicionamiento / transportes especiales. En suma, la obesidad requiere una mayor carga asistencial y se asocia a una mayor probabilidad de mortalidad.
En Chile, de acuerdo a la última encuesta nacional de salud ENS 2016-2017, la malnutrición por exceso, que incluye sobrepeso y obesidad, llegó a una cifra de 74,2%, incrementando en 7,2% con respecto a la encuesta anterior en los mayores de 15 años. Más aún, al considerar el diagnóstico de obesidad, ésta incrementó en 8,3 % llegando a cifras del 31,2 % de la población en los últimos años, mientras que el sobrepeso se mantuvo en un 40%. En cuanto a la obesidad grado 3 o mórbida, ésta aumentó de 2,2% a 3,2%, llegando a un 4,9% en el grupo de 30 a 49 años. Todas estas prevalencias son mayores en el sexo femenino y en los sectores más vulnerables.
Ahora bien, en cuanto a la obesidad pediátrica en Chile, esta ha alcanzado niveles preocupantes, en donde según el mapa nutricional de la JUNAEB 2020, la condición de obesidad se encuentra presente en el 25,4% (1 de cada 4 niños la presenta), y el 54,1% presenta malnutrición por exceso (se incluye sobrepeso y obesidad), ubicando a Chile en el segundo lugar a nivel latinoamericano con los mayores índices de obesidad pediátrica.
Es relevante intervenir nutricionalmente a los niños con obesidad, ya que pudiesen pertenecer a familias obesogénicas, en donde el riesgo de desarrollar obesidad es de un 40% si uno de los padres presenta obesidad, y de un 80% si ambos padres lo presentan; incrementando el riesgo de padecer enfermedades crónicas no transmisibles como diabetes Mellitus, Hipertensión arterial o dislipidemia a edades tempranas.
La clave está en la prevención oportuna. Fomentar el consumo de alimentos saludables, tener variedad en la alimentación, promover una crianza respetuosa que facilite la autoregulación de la ingesta y no la restricción constante de alimentos, sin duda será un facilitador de un estado nutricional normal.
Es imperativo en este contexto, incorporar con mayor énfasis intervenciones integrales a nivel poblacional e individual y a través de todo el ciclo vital, que aborden el sedentarismo, el acceso a la selección de alimentos saludables, con la participación de todos los sectores de la comunidad, tomando en consideración los determinantes psico sociales y culturales.
El desafío es multisectorial y deberá considerar al Estado con mejores políticas públicas y accesible para toda la población, así como fiscalizador de normativas saludables; a la industria como productor de alimentos con regulaciones positivas; a la academia como formador de nuevas generaciones de profesionales innovadores y actualizados; y a una sociedad civil más consciente y activa.
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