Estudio internacional de investigadores de Psicología Económica del Consumo de la Universidad de La Frontera: MÁS DE LA MITAD DE LAS FAMILIAS EN CHILE, COLOMBIA Y ARGENTINA NO TIENEN CAPACIDAD DE ENFRENTAR UNA EMERGENCIA ECONÓMICA MÁS ALLÁ DE SUS GASTOS COTIDIANOS

Hay un estado permanente de alarma y de desprotección acompañado por el uso del crédito para gastos cotidianos y una demora en el pago de gastos fijos. Los principales temores son perder el empleo (52,3%), enfermar o que alguien de su familia enferme y no sea posible financiar su tratamiento (48,3%), y no poder pagar los gastos básicos (46.3 %).  

Una extrema fragilidad para abordar situaciones financieras extraordinarias presenta la mayoría de los grupos familiares de Chile, Colombia y Argentina. 

Así lo revela un estudio de un equipo de investigadores de Psicología Económica y del Consumo de la Universidad de La Frontera, en el marco de una investigación internacional –junto a las Universidades Konrad Lorenz de Colombia y Nacional de Córdova, Argentina- sobre cómo cambiaron los comportamientos de consumo a la luz de la pandemia y las estrategias desarrolladas en los tres países.

Según muestra el análisis, obtenido a partir de una encuesta a 1184 personas (42,1 % de ellas residentes en Chile) realizada en 2020, más del 50% de las familias no tiene capacidad de enfrentar una emergencia económica más allá de sus gastos cotidianos. “Observamos la presencia de un permanente estado de alarma y de desprotección acompañado de un aumento de la utilización del crédito para gastos cotidianos y demora en el pago de gastos fijos”, comenta una de las autoras principales de la investigación y directora del Núcleo Científico Tecnológico en Ciencias Sociales y Humanidades de la UFRO, Marianela Denegri.

La académica revela que la pandemia agudizó las condiciones de vulnerabilidad preexistentes. De hecho, en el contexto de la OCDE, Chile es el segundo país con más probabilidad de que una persona del tercer quintil, clase media-media, retroceda al segundo, media-baja. Igualmente, el 25% del grupo clasificado como vulnerable está en riesgo de descender al primer quintil, esto es, pobreza.

En esta misma línea van los principales temores reportados por los encuestados, los que se expresan en perder el empleo (52,3%), enfermar o que alguien de su familia enferme y no sea posible financiar su tratamiento (48,3%), y no poder pagar los gastos básicos (46.3 %). En este punto, son las mujeres quienes manifiestan más temores que los hombres.

Respecto de los hábitos y conductas de consumo, se aprecia un cambio en los medios de transacción ya que disminuye el uso de efectivo y aumenta el de tarjetas de débito y crédito, lo que va vinculado además a un aumento de la compra a través de plataformas digitales. Esto se relaciona con una disminución de las compras presenciales y el aumento de las compras a través de plataformas digitales.

También se registra un tránsito a prácticas de consumo más austeras, con disminución de las compras impulsivas y de ofertas de un 40% a un 10%. Ello también implica un reordenamiento de las finanzas familiares con mayor concentración en los gastos indispensables y en la reutilización y reciclaje. 

Llama la atención aquí la recuperación de prácticas domesticas que habían disminuido previo a la pandemia como el cocinar en familia, preparar alimentos que antes se compraban, como el pan, e incluso en algunas familias y de acuerdo a sus espacios, han surgido prácticas de autoconsumo con pequeñas huertas.

La muestra chilena fue denominada por los investigadores como la de “pagadores” porque estaban muy centrados en pagar las deudas y con angustia si debían retrasarse, especialmente en las deudas de consumos básicos.  Ello les lleva a tener que elegir a que cuentas dar prioridad cuando son incapaces de afrontarlas todas. Además, son quienes más reportan un empeoramiento de sus condiciones de vida producto de la pandemia.

En cuanto al uso de comercio electrónico, los chilenos son los que más lo usan en comparación con Argentina y Colombia y son quienes también incorporan más fuertemente los medios de pagos electrónicos, especialmente para evitar el contacto con el dinero por temor a contagiarse. También son quienes más cambian su frecuencia de compra, donde se observa que antes de la pandemia, un 34,9% declara que compraba al menos dos veces por semana, cifra que disminuye a un 8,1% a partir de la pandemia. Esto se traduce en una mayor planificación en las frecuencias de compra, la que se vuelve más espaciada y más planificada, disminuyendo la impulsividad.

Una oportunidad

Según observa Denegri, lo que esta crisis deja en evidencia, es la precariedad en la que muchos sectores de nuestra sociedad conviven cotidianamente y su indefensión ante cualquier situación que altere su frágil equilibrio. Especialmente porque los derechos básicos esenciales no están garantizados, por lo que las familias se ven obligadas a costearlos y eso hizo crisis en tiempos de pandemia. “En síntesis, yo creo que se vienen tiempos muy difíciles especialmente para algunos segmentos de nuestra sociedad ante la ausencia de un nivel mínimo de bienestar que asegura a toda la ciudadanía las condiciones básicas para una vida vivible. Especialmente porque hubo un deterioro evidente en las condiciones de precariedad que ya existían antes de la crisis COVID”.

Específicamente en el ámbito del comportamiento de consumo, hay algunas prácticas que se instalaron y probablemente continuaran como es el uso más masivo del comercio electrónico y también la valorización del comercio local, dado que durante la pandemia en los barrios aparecieron múltiples emprendimientos de comercio local muchas veces motivados también por la crisis del empleo. Allí hay una oportunidad de repensar las economías locales que ojalá no se pierda.

En cuanto a los hábitos de consumo, se observaron prácticas más austeras y menos impulsivas, pero aún es pronto para decir si estas se instalarán como parte del comportamiento habitual, ello probablemente también estará vinculado a la presencia o no de iniciativas de educación financiera y consumo responsable que puedan reforzar estos cambios y orienten a las familias a un mejor aprovechamiento de recursos escasos.

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