El ictus, más conocido como Accidente Cerebrovascular (ACV) es el problema neurológico más frecuente en la salud pública y constituye la tercera causa de muerte en Chile. Además, es la primera causa de hospitalización y discapacidad en adultos mayores de 65 años.
Existen dos tipos de ACV: el isquémico, que representa el 65% los casos, es un infarto cerebral que ocurre cuando un coágulo tapa los vasos sanguíneos y se deja de irrigar sangre hacia un lado del cerebro, causando disminución del oxígeno y nutrientes, y generando muerte neuronal. Mientras que el ACV hemorrágico, o derrame, ocurre cuando se rompe un vaso, generando mayor necrosis celular en parte del cerebro, explica Claudia Martínez, directora del Magíster en Neurokinesiología de la Universidad San Sebastián.
Los síntomas de un ACV se manifiestan de forma brusca y se recomienda acudir inmediatamente a un servicio de urgencia cuando ocurren: debilidad o adormecimiento de la mitad del cuerpo (extremidades, cara, tronco), parálisis o deformación facial, alteración del lenguaje (decir incoherencias), pérdida parcial de la visión, entre otros.
Secuelas de un ACV
Según la zona del cerebro dañada, se producirán alteraciones motoras y sensitivas principalmente de forma contralateral; es decir, si el derrame se produjo en el hemisferio cerebral izquierdo, los síntomas se verán en el lado derecho del cuerpo, y viceversa, lo que derivará en una hemiplejia (cuando no hay movilidad en la mitad del cuerpo) o hemiparesia (movilidad parcial en la mitad del cuerpo), que significa que el paciente pierde el control motor, anulando su capacidad de movilizarse.
Reaccionar rápido es fundamental para recuperar la funcionalidad del paciente. Martínez explica que existe una ventana terapéutica de aproximadamente seis meses, donde se alcanzaría el máximo de la recuperación. Después de ese tiempo, si bien la neuroplasticidad -o capacidad del propio cuerpo de regenar los tejidos dañados- puede seguir actuando, se obtienen menos cambios positivos.
Tratamiento holístico
Al tener una estructura del cerebro dañada, la persona verá alteradas sus funciones y no podrá realizar actividades cotidianas, como vestirse, comer, ir al baño, incluso caminar. Esto puede generar mucha frustración en el paciente, que verá afectada su participación social.
“Uno de los mayores desafíos de la rehabilitación es lograr la funcionalidad para reintegrar a la persona a su vida habitual, que se pueda reincorporar a su contexto y recuperar su calidad de vida”, señala la neurokinesióloga.
Por ello, el trabajo de rehabilitación lo realiza un equipo multidisciplinario de profesionales de la salud: fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, psicólogos, kinesiólogos y nutricionistas, que realizan un manejo holístico de recuperación.
El tiempo de tratamiento dependerá de una serie de factores como: la edad, extensión de la lesión, comorbilidades y factores ambientales, como la red de apoyo. “La rehabilitación en un proceso progresivo y a veces largo”, dice Martínez, y asegura que se requiere de compromiso y motivación para lograr una mejor funcionalidad.
Revisa nuestra sección Salud & Bienestar aquí.