El origen botánico de la miel es uno de los parámetros de calidad más importante para diferenciar y agregar valor a su comercialización, por ello este proyecto de investigación analizó los productos de diversos apicultores de la región de Aysén.
La Dra. en Ecología y Biodiversidad Valentina Álvarez, quien gracias a un proyecto semilla, financiado por el programa de fortalecimiento del Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP), financiado por ANID, enfocó sus esfuerzos en comprender los vínculos entre el rubro apícola, el clima y la influencia humana, con lo que además es posible aportar información relevante para la comercialización de las mieles que se producen en la Región de Aysén.
“Conocer el origen botánico de la miel permite determinar la importancia de la flora presente como recurso forrajero para Apis mellifera, por lo tanto, obtener información científica sobre la flora de su preferencia permite a las y los apicultores caracterizar botánicamente la miel que producen y de esta manera, obtener un parámetro de calidad que puede ser transformado en un valor agregado al producto” detalla la investigadora.
Resultados, ¿Cuál era el origen botánico de las mieles analizadas?
Los resultados indican marcadas diferencias geográficas en cuanto a las preferencias florales de Apis mellifera. En la zona norte de la región de Aysén, específicamente en localidad de La Junta, las mieles en su mayoría son monoflorales nativas, ya sea de Tineo (Weinmannia trichosperma) o Tiaca (Caldcluvia paniculata). En la zona alrededor de Coyhaique en cambio, las mieles son poliflorales no nativas, es decir, la flora identificada a través del polen contenido en las mieles de esta zona, están compuestas de varias especies introducidas como por ejemplo el Diente de león o el Trébol blanco, como también el llamado “yuyo” u otras plantas de uso forrajero. Finalmente, en la zona alrededor del Lago General Carrera las mieles son más bien poliflorales mixtas, esto es, con presencia de polen de plantas nativas (Neneo, Maitén, Tineo) junto con plantas introducidas como el Trébol, Diente de león, Alfalfa, entre otros.
En cuanto a los apicultores y apicultoras que han donado un poco de la miel que producen sus abejas han estado muy entusiasmados con los resultados. Valoran el proyecto en el sentido que es una información que les aporta directamente a ellos. Saber las preferencias florales de sus colmenas les ha ayudado a descartar o reforzar sus propias intuiciones en cuanto a las plantas que visitan las abejas.
Para Cristina Benavides Nielsen, campesina y apicultora de Bahía Murta, desde que escuchó en la radio local sobre este proyecto le pareció muy interesante. “Principalmente porque viene desde la ciencia, si bien uno lee o busca información, en esta zona hay muy pocas abejas por lo que toda información de la región nos sirve para saber cómo se comportan. Nosotros tenemos abejas porque somos campesinos y nos interesa nuestro ecosistema, nuestro lugar, criamos nuestros animales, cultivamos la tierra, tenemos huerto, frutales, bosque nativo y nos interesa que se complemente. Las abejas las utilizamos para polinizar y mejorar nuestro ecosistema y aumentar con ello el nivel de productividad del huerto”.
Valetina Álvarez, destaca “Es evidente que zonas con mayor impacto en relación con el uso del suelo, ya sea praderas con fines agrícolas o ganaderas influyen en la composición botánica de las mieles que se producen aledañas a esas zonas, ya que es justamente en praderas donde vemos Trébol, Alfalfa o Diente de león, por ejemplo. Sin embargo, esto no es un factor negativo, al contrario. En mercados internacionales, este tipo de mieles es muy cotizada y al final, todo es cuestión de gustos”.
Sobre los efectos del cambio climático en el rubro apícola, éste influye por una parte en las variaciones de estacionalidad de la floración de las plantas, es decir, qué flores y cuándo estarán disponibles para las abejas en determinados momentos de la temporada de primavera. Para la Dra. Álvarez “esto ya se observa en muestras de mieles de distintos años de cosecha que hemos recibido de un mismo productor, donde se observan cambios desde una miel polifloral a una monofloral o monofloral a bifloral. Por otro lado, el cambio climático afecta los regímenes de precipitación y además las temporadas de verano son mucho más secas que antes, siendo un factor clave en la ignición y expansión de incendios, afectando la vegetación presente y por lo tanto, influyendo en la regeneración o no de plantas con valor melífero”.
“El estudio de Valentina demostró que la miel de nuestras abejas es de 66% de flor de Tineo. Si bien lo vemos con nuestros ojos y reflexionamos, la ciencia nos da certeza con respecto a las abejas que es súper interesante. Además, a través del polen podemos tener información de la flora que había hace miles de años atrás y me pareció muy interesante, uno dice ¿cómo a través de la miel podemos tener información de la vegetación que teníamos hace tiempo atrás, si bien lo oímos en la historia es bonito saberlo a ciencia cierta y eso es el análisis que hace el CIEP y hace Valentina y que nos datos científicos acerca de lo que hacemos”, agrega Cristina Benavides, beneficiaria del proyecto.
Hay flora que es dominante y característica de ciertas zonas geográficas y eso es el sello distintivo principal. Con estos resultados las y los apicultores ahora cuentan con la información precisa sobre el origen botánico de sus mieles y es un valor cualitativo y cuantitativo adicional a este producto proveniente de la Región de Aysén, Patagonia chilena.