Por Ángela Bahamondes Cuadra, socia de la Asociación de Ingenieros Civiles Estructurales y directora de Proyectos de Sirve S.A.
Los eventos sísmicos han marcado la historia de Chile, determinando la forma en que nos planteamos el desarrollo de nuestras construcciones. Los grandes terremotos, como los del año 1960 y 2010, han sido cruciales para la industria, marcando importantes cambios normativos a partir de la experiencia recogida. Así, la constante sismicidad de nuestro país nos impone un permanente desafío por conseguir la protección de la vida y los usos que las estructuras acogen.
La disciplina de la ingeniería estructural y protección sísmica lleva un buen tiempo modificando su enfoque, no sólo ocupándose de crear estructuras con la capacidad de evitar daños severos frente a un evento sísmico, sino que, además, minimizando su impacto en el contenido y permitiendo la continuidad de operación de servicios esenciales.
Recordando el impacto del terremoto del 2010, el cual ha sido el sexto de los eventos sísmicos más grandes de la historia, el 70% de los daños correspondió a elementos no estructurales. En la actualidad, hay más de 15 especialidades diferentes para los proyectos de oficinas y más de 30 para los proyectos hospitalarios. Por ello, la ingeniería estructural y sísmica ha volcado su mirada también a los elementos “no estructurales”, siendo una pieza fundamental para un buen desempeño del proyecto en general y no únicamente en la resistencia de la estructura. Es así como luego del terremoto de febrero de 2010 Mw 8,8 se han incrementado de manera considerable las construcciones con protección sísmica, buscando mejorar su desempeño ante un sismo, y convirtiéndose en un estándar básico para la construcción de hospitales.
En este contexto, Chile es conocido a nivel internacional por ser uno de los principales países en innovar con relación al rubro de la ingeniería estructural y de protección sísmica. Hemos impulsado avances de sistemas que son capaces de cambiar el comportamiento de la estructura para una respuesta óptima.
Y así como hemos sabido responder de manera innovadora al constante desafío que nos presenta la alta sismicidad de nuestro país, este último tiempo hemos tenido que enfrentarnos al nuevo desafío que nos obliga la pandemia. Hoy hemos logrado seguir aportando al desarrollo de nuestro país, a través de la adaptación al trabajo a distancia, lo que, sin duda, ha sido gran desafío debido a que el desarrollo de los proyectos involucra la interacción de distintos actores en distintas etapas de desarrollo, desde la concepción conceptual del proyecto hasta su completa ejecución en obra y puesta en marcha. Pero ya veníamos trabajando en ello, sin pensar en lo relevante que sería en un futuro cercano. El año 2016 surge Planbim, una iniciativa de Corfo a 10 años, que tenía como una de sus metas la utilización de metodología BIM para el desarrollo y operación de proyectos de edificación e infraestructura pública. Años atrás, ya veníamos trabajando en implementar las herramientas necesarias para asumir el nuevo desafío que se comenzaba a instalar en nuestro país. La implementación de la metodología BIM nos permitió organizar nuestro trabajo para darle un enfoque colaborativo, encauzar de mejor manera los flujos de comunicación interna y hacia nuestros clientes y otros especialistas involucrados en los proyectos, centralizar el control de documentación, y mejorar los flujos de revisión para asegurar la calidad del proyecto en cada etapa. Todo esto nos permitió seguir desarrollando nuestro trabajo a distancia, manteniendo la coordinación de nuestro equipo, nuestros clientes y otros especialistas.
De esta forma, como industria y a través de nuestra profesión, hemos podido enfrentar de manera innovadora y creativa no solo los desafíos que nos presenta el marco tectónico en que nuestro país se encuentra emplazado, sino también los abates de este nuevo terremoto en que se ha convertido la pandemia. Y, sin duda, seguiremos aportando con nuevas miradas a futuro.