Por Dra. Yasna Anabalón, Académica Carrera de Trabajo Social, Universidad de Las Américas Sede Concepción
Afrontar los desafíos de la vida universitaria, tales como estrés, incertidumbre, temores, inseguridades y angustias, son muy propios de la vida. Para superarlos, es necesario contar con competencias emocionales que permitan generar herramientas para enfrentarlos.
Estas competencias propician el bienestar personal de los estudiantes de manera integral, pero más aún en sus funciones formativas como entes activos en los procesos de enseñanza y aprendizaje, donde manifiestan niveles elevados de ansiedad dada la alta carga estudiantil. Es por eso que el estudiantado en proceso de formación debe aprender a regular sus emociones, lo que les permitiría afrontar sus frustraciones y también la de las personas con las que se interrelaciona permanentemente.
Las emociones son las que movilizan a las personas, por ello es fundamental comprender que estas influyen en la conducta y calidad de vida de los estudiantes. En el ámbito educativo, implican habilidades y valores emocionales, los que son esenciales para vivir en sociedad y desarrollar aprendizajes dirigidos a mejorar el compromiso académico y motivacional.
Diversos autores sostienen que las competencias emocionales no solo contribuyen a la mejora de ambientes pacíficos, sino que inciden de manera directa en el bienestar e identidad docente. Por consiguiente, su desarrollo se convierte en un eje esencial de la educación, así como su incorporación formal en los planes estudio nacionales e internacionales, convirtiéndose en un reto para la educación superior.
El desarrollo de las competencias emocionales permite lograr un equilibrio físico, mental y emocional, posibilitando gozar de una vida plena y hacer frente a los problemas de manera positiva en la formación superior.
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