Por Rodrigo Torres.
Doctor en Química y Coordinador Línea de Ecosistemas Acuáticos
Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP)
Dos peces chicos podrían vivir bien en una pecera de vidrio, pero si fueran 10 peces quizás se estresarían y su sistema inmune decaería (necesitarían remedios), si fuesen 20 peces probablemente morirían por falta de oxígeno o por sus propios desechos metabólicos, si fueran 200 peces, probablemente morirían comprimidos unos contra otros, y si tratáramos de colocar a 2000 en la pecera, probablemente la pecera se rompería y nunca más podrían vivir peces ahí.
En un mundo globalizado, hambriento de materias primas, el lugar producción ni los daños colaterales de la producción de “commodities” tiene un impacto gravitante en su precio de mercado. El precio o costo ambiental, sin embargo, tiene mucho que ver con el lugar de producción y obviamente de los daños colaterales. Daños que a veces son causado por la errónea evaluación de riegos ambientales y por ende a fallidas estrategias de producción sustentable o por desidia e indolencia cuando el costo ambiental lo paga otro.
El costo ambiental normalmente depende de la magnitud del proceso productivo, porque el ambiente tiene una capacidad limitada para repararse a sí mismo y así mantener su integridad como la conocemos. Cuando se excede esta capacidad, los servicios ecosistémicos y el hábitat de muchos organismos se reduce, afectando más temprano que tarde a la sociedad y en particular las sociedades locales donde las “commodities” o materias primas fueron producidas/extraídas. Para evitar este triste destino, requerimos conocer la magnitud optima de producción que maximice las ganancias sobre las pérdidas a largo plazo, para la sociedad en su conjunto.
Si nuestra visión de largo plazo define como crítica la misión del cuidado del medioambiente, tenemos que estar conscientes que el crecimiento infinito es incompatible con dicha misión, y por ende se requiere acotar en forma racional, consensuada y consistente nuestros objetivos productivos de corto y mediano plazo. Tal tarea no es sencilla y requiere utilizar la mejor información disponible para la toma de decisiones. La toma de decisiones se optimiza continuamente con la actualización del conocimiento científico y el uso de datos científicos actualizados y pertinentes para esa tarea. Una sociedad resuelta a actuar debiera ocupar la racionalidad y la generación de conocimiento como sus herramientas más preciadas, pero antes que nada se debiera preguntar ¿Que queremos conservar?… y las posibilidades son muchas, va desde dos peces felices hasta una pecera rota.
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