Por Daniel Arriagada, jefe de proyectos del Centro Acuícola Tongoy de Fundación Chile
Corren los últimos meses del Año Internacional de la Pesca y la Acuicultura Artesanales, declarado por la Asamblea General de la ONU, y no está demás volver a recordar el objetivo de esta nominación: dirigir la atención del mundo a la función de los pequeños pescadores, acuicultores y trabajadores del pescado en la seguridad alimentaria y la nutrición, la erradicación de la pobreza y el uso sostenible de los recursos naturales.
Como reconoce la FAO en su más reciente publicación del Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura, si bien prácticamente todos los sistemas de producción de alimentos tienen un impacto medioambiental, los productos pesqueros se encuentran no solo entre los alimentos más saludables del mundo, sino también entre aquellos que menos repercuten en el ambiente natural. Esto es particularmente cierto para los que se generan en pequeña escala (o artesanal), que normalmente se gestionan en un ámbito familiar o a nivel comunitario.
La sobreexplotación de las pesquerías, el cambio climático y su efecto en la pesca artesanal, le han dado impulso a la acuicultura de pequeña escala (APE) como una actividad alternativa o de complemento para las comunidades costeras, acrecentando su rol en la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), en particular del ODS 14: “Conservar y utilizar en forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible”.
En Chile, se estima que la APE tiene unas cuatro décadas de historia. Sin embargo, el reglamento de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura es reciente, con un articulado que propicia el desarrollo y consolidación de emprendimientos en esta área para acuicultores y pescadores que buscan innovar.
Como Centro Acuícola Tongoy de Fundación Chile, desde nuestro origen en 1978, hemos alentado y participado en diversas iniciativas de APE, siendo hoy los únicos proveedores de semillas de moluscos multiespecies para esos desarrollos de acuicultura artesanal. Un incentivo para esa contribución es estar ubicados en una bahía donde la acuicultura del ostión es ya una actividad tradicional, con cooperativas de pequeños acuicultores funcionando. Un reciente proyecto nos permitió vincular además a la comunidad educacional, incorporando al Liceo Carmen Rodríguez de Tongoy como proveedor de semillas, en una iniciativa que fue reconocida internacionalmente como mejor innovación inclusiva.
Ese mismo modelo de triple impacto, que permitió capacitar a estudiantes de la Educación Media Técnico Profesional (EMTP), a la vez que proveer de semillas a los acuicultores de pequeña escala, es el que estamos llevando ahora al Liceo Politécnico Pesquero de Mehuín, como futuro proveedor para el cultivo del choro zapato (Choromytilus chorus) en un proyecto FIC del Gobierno Regional de Los Ríos y su Consejo Regional.
También en la Región de Los Ríos, y siempre con el apoyo de su Gobierno Regional, acaba de concluir un proyecto para reactivar la ostricultura en Corral. El trabajo con el sindicato Robalito incluyó implementación de infraestructura acuícola, capacitaciones en ventas y administración, y la incorporación de un modelo de negocio que les permitirá proyectarse a diez años.
Estas experiencias, en que vemos los beneficios que la acuicultura en pequeña escala trae a las comunidades, además de su potencial aporte a la nutrición y seguridad alimentaria, son un ejemplo de lo que este 2022 quiso resaltar la ONU. Esperamos sean también una motivación para que otras agrupaciones de pesca artesanal se atrevan a innovar con acuicultura, multiplicando los mismos recursos que en el mar son cada vez más escasos.
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